(O fábula del Agrimensor en Rosario)
Por Fidel Maguna
No podíamos seguir viviendo así, sin ninguna esperanza, por lo que comenzamos a suplicar y a asediar el castillo, cada uno a su manera.
Kafka, El castillo
Perlas de plomo, rollos de cobre, dientes de lata, estatua de yeso
con rodilla rota por martillo de hierro, pilares de acero,
hormigón hormigón hormigón del puente, techos cruzados
por pieles de chapa perladas de brea, de aluminio y zink, de vidrio cortado:
ciudad aleación de restos, tormento de mármol, sol de bronce
y sol de sol ardiendo en frente de titanio, mano enguantada en trapo,
agua agua agua y jabón en la piel que resguarda al hueso, anillo de alpaca,
rosario enchapado en plata, agua agua agua debajo del hormigón armado,
Rosario enyesada, encrespada, iluminada como castillo de Kafka
en el corazón de la bruma, a la vera del barro, Rosario enguantada en barro,
envergada en la risa queda del mármol, rosario perlado de mármol, de papel
de diario envenenado mal narrado amordazado prensado soportado por columnas
de olvido y de pereza y de tinta y de espanto, Rosario pereza de lagarto que navega
sobre camalote desprendido de la selva, Rosario lagarto dormido o abobado,
lagarto adobado, Rosario castillo de Kafka con Olga posadera
en el motel en donde duermen policías y sicarios, Rosario tallo de rosa, Rosario punzante
rosedal de Che acunado, de Che Guevara poeta marchado por tierra
a la selva sin desprendimientos, río arriba, barro arriba de la historia y de la histeria,
Rosario rufián y bandera, rosa de cobre, palmera amansada en vidrio,
Rosario durlock estéril que solapa el patio y el recuerdo del patio
de piedra hiedras cemento y madera de la otrora vieja biblioteca,
Rosario balas de lana y Rosario balas de plomo, Rosario perlada
de plomo y lana se anuncia desde la nocturna cavidad de las islas,
del otro lado del hormigón armado, solita y sola en el barro, tropera de memoria,
mocosa, rocosa, papel mojado, cartón corrugado, Rosario maqueta de grado,
sueño de mate cocido, Rosario zurcida y cosida, Rosario comida
de paloma extraviada de silo, de paloma ausente de silo y de puerto,
Rosario paloma sin puerto ni silo ni asilo para el Agrimensor cansado
que llega vagabundo de historia hastiado de la épica y el canto
y de la palabra fulgor y de la palabra noción y de la palabra conciencia, Rosario
conciencia y noción sin fulgor, Rosario faro apagado de trenes, terminal tortuga,
mosaico lustrado, madrugada pisada por Agrimensor que regresa pensando
en relatos de oro y encuentra perros y gatos, edificios y bancos,
burócratas y palomas, trolebuses y santos paganos y porfiados como él, él,
pobre Agrimensor porfiado que llegó, convertido en lagarto,
al pago del sueño cortado, al ulular de plástico que cruza cedrones y sauces y fuegos
y fierros y ciervos y cerros de basura, oh desmembrado Juanito Laguna
hijo y boutade de Frankenstein, oh silo colorido, oh circo castellano
regenteado por leones de mármol, oh bola de nieve, oh plaza, oh peatonal lustrada,
oh aduana, bajada parisina, prefectura y fuente de adoquines en el cielo, oh cielo
albado y alabado cielo del centro sobre el Agrimensor despierto, oh Agrimensor desierto,
oh Agrimensor cronista buscador de castillos hilados de estaño nutridos de fuego,
de clorhidrato y éter, de ácido y sulfato y solfuria de las diez de una mañana de marzo,
oh mañana de marzo que lo envuelve y lo vuelve contra sí y su impertérrito bloc de notas,
contra su pretérito grabador, contra sus preguntas precocidas para un padre
que no reina en su dolor porque no reina en su castillo, oh mañana de marzo que lo mete
al Agrimensor en una trafic junto a colegas cameramas sostenedores de micrófonos,
pitucones y pituconas narradores de la Universidad Nacional del Llanto, licenciados
en el periodismo de fantasmas, en el idioma estancado, en el nudo de un lenguaje, en el mito
central de la prensa burguesa vieja trampa para los hijos de la prensa que se quiere no-burguesa,
mis colegas… mis colegas… piensa el Agrimensor atormentado mientras lo conducen a un lugar
al que llegan sin llegar porque su propio dialecto y un viejo comisario los escudan del lenguaje
nunca laureado que escriben en el aire los Discepolines sin tango del barro barrio erguido
en duelo vivo en vivo en la abyección de la crónica pretérita y perfecta y simple del tarambana
Goebbelito sin audiencia adlátere de un Reich de lenguaje polvo y luz que impera solamente
cuando pensamos en él, cuando usamos la violencia del insípido adjetivo: ¡Silencio
silencio silencio! conjura el Agrimensor en su mutismo, perdido en una gran nube de humo negro
poblada de grillos y cotorras y relinchos, poblada de idioma incomprendido,
de arcaico tufo a vino, de Alejandro Magno viendo arder el cielo de Persépolis en la espalda
desnuda y transpirada de su amigo Clito, oh Clito Negro Clito que también arderás pero ahora
paseás por la cabeza nube negra del Agrimensor perdido en el nudo del barro acunado
entre rosas guevaras relinchos y cardos y Cabrales de barrio de santos sin espadas ni tangos:
tú también arderás oh Clito mancha negra en la magna memoria del duelo de Alejandro
pero ahora todo es rosario perlado de restos todo es buhítos de barro todo es Agrimensor fugado
a la grafía de Kafka o a las memorias de Plutarco porque no puede hallar en su memoria
una palabra que no perezca ante el fuego amenazado por los monos de hojalata que acechan
entre las líneas de una crónica que otro Goebbelito acopia en su computadora
junto a sus granos adjetivos tales como furioso taciturno triste marginado olvidado
pobre perdido escondido narco tiratiro infernal bronca conmovido horroroso
granos en fin, granos comida futura de palomas y cotorras desbandadas del lenguaje que ahora anidan
en la mano cubierta de trapo que alza en el aire la tea que ilumina, fugazmente,
la entrada al castillo que el Agrimensor buscaba…