Una sonata de Scarlatti en manos de Matías Ferri
Una vez el pianista Matías Ferri encontró una vieja revista argentina en una librería de usados. A diferencia de las revistas literarias actuales, notó Ferri, esta revista estaba llena de cuentos y de críticas. Volaban puntos y contrapuntos: en una página Daniel Moyano y Felisberto Hernández tocaban sonatas en el teclado de la máquina de escribir y en la siguiente David Viñas desguazaba una novela de un novel escritor ya tragado por el tiempo. Pero lo que más le interesó a nuestro amigo pianista fue la última página, en la que un tal Ramón Gonçalvez ejercía la crítica musical con tanta pasión que Ferri, leyéndola sesenta años después, sintió que aquella revista iba a explotarle entre las manos. Entonces confirmó algo que siempre supo: del piano sale mucho más que música. Esto pasó hace varios años y durante algún tiempo Matías Ferri nos prometió escribir críticas musicales, quizá recordando al viejo Gonçalvez, del que sólo encontró una nota. Pero nunca lo hizo. Nos evadió con las más variadas excusas hasta que un día nos llegó este video a nuestra casilla de correo, con la palabra «Crítica» escrita en el Asunto.
5 Fotos de Francisco Guillén
Revisando los artículos publicados este año en la Belbo descubrimos que sólo uno estaba centrado en la pandemia por Covid-19. Se trata de «Cerdos y pandemias en la tierra plana», escrito por el médico Mariano Mussi. En el resto de las notas el coronavirus apareció como metáfora para aludir a otra cosa o como un síntoma del tiempo que nos toca en suerte: no hubo crónica de la guerra al bicho invisible, no hubo diarios en pandemia, no hubo ninguna afirmación del tipo sociológica al respecto. Sencillamente, como todos, esperábamos que una situación extrema llegara a su fin, convencidos de que sobre aquello que desconocemos conviene callar. Esperábamos, eso sí, con estas 5 fotografías de Francisco Guillén en el bolsillo: así como el Quijote de Menard es igual pero no es el mismo que el de Cervantes, estas fotos, queremos creer, no son las mismas que fueron hace un año, cuando este extraordinario fotógrafo salió a semidesiertas calles de Rosario acompañado de su máquina y se encontró con tanta sombra. Será un cliché de los periodistas cuando se quedan sin palabras, pero es cierto: las fotografías como las de Pancho Guillén siempre dicen más de lo que podemos escribir al respecto.
Una canción inédita de Miguel Erre y los Nadie
Recién ahora, en estos brevísimos, impersonales e innecesarios textos introductorios a canciones, fotos y poemas, descubrimos que la Revista, por más digital que sea, tiene una voz y que esta voz, en este año que pasó, fue cambiando; su tono solemne del principio adquirió ciertos matices jocosos, irónicos, e incorporó, también, ciertos vuelos poéticos que no habíamos previsto para una voz que queríamos puntillosamente seria. Tal vez, pensamos ahora, nuestra voz no fue cambiando, sino que se fue llenando de otras voces. Sería interesante estudiar los procesos de un medio con los parámetros psicológicos de los procesos de una persona. Ojalá algún día tengamos tiempo para profundizar en esta cuestión… Si sabemos que un año canino equivale a siete años humanos, ¿por qué no sabemos a cuántos años humanos equivale el año de un medio? «Qué tontería están diciendo -se dirán-; La Nación tiene más de 150 años y su voz ronca apenas cambió desde la Campaña del Desierto…» Y tendrían razón: estamos diciendo una tontería. Lo que queremos graficar, y esto sí que lo decimos en serio, es que si el tono de esta revista se mantiene joven, que si logramos algún vuelo poético y sacarle a usted media sonrisa, en gran parte se lo debemos a Miguel Erre, al filo de sus crónicas, al noble corazón de sus críticas, a la tensión con la que mantiene un oficio. En esta ocasión de antología no hay texto suyo, sino una canción hasta ahora inédita que grabó junto a Los Nadie, en donde un hombre que ha visto la ciudad descubre algo nuevo sobre el espanto.
«Limbo»
Miguel Erre y Los Nadie
Un poema y un collage de Nigro Veneziano
María Lanese una vez recibió en Rosario a un poeta serbio llamado Zlatko Krasni que estaba convencido de que ella también escribía poemas. María le explicaba que era cantante, no poeta, pero Zlatko no entendía o se hacía el que no entendía y volvió a su país convencido de que Lanese, en todo caso, era una poeta que no mostraba sus versos. Entonces, acaso para animarla a mostrar, la invitó a un encuentro de escritores en Serbia pidiéndole que antes de viajar le envíe su material. Tan grande parecía la obstinación de Zlatko Krasni que Lanese se sentó a escribir para demostrarle que no era poeta. En pocos días escribió mucho y eso lo mandó a Serbia para que entendiera de una vez Zlatko Krasni que todo se trataba de una equivocación. Sin embargo el poeta serbio, al cabo de unos días, le contestó con los poemas traducidos al serbio. La obstinación, de un momento a otro, dejó el cuerpo de Krasni y tomó el cuerpo de Lanese, que viajó obstinadamente convencida de que todo era un malentendido. Tuvo que estar en una callecita de Belgrado, oyendo sus poemas traducidos al serbio, para que su obstinación desapareciera: al fin y al cabo Zlatko Krasni tenía razón, ella también escribía versos. A su regreso a la Argentina María le contó la historia a su amigo Adolfo Nigro, el extraordinario pintor rosarino que por entonces vivía en Buenos Aires. Desconocemos la primera reacción de Nigro, pero es de suponer que no se asombró en absoluto, porque le pidió esos poemas y al tiempo se los devolvió convertidos en 12 collages. Ese primer trabajo del dúo Nigro-Lanese se publicó bajo el título Sonidos Graves en el año 2006. Pasaron los años, en los que Lanese siguió escribiendo, Nigro pintando y Krasni descubriendo poetas por el mundo, hasta que un día María visitó el taller de su amigo Adolfo: «Quiero proponerte», le dijo Nigro, «que ahora elijas obras mías para que puedas convertirlas en poemas». Así se pasaron un día entero en el taller porteño, inmersos los dos amigos en la obra, hasta que apareció una serie de collages que Nigro había hecho sobre Venecia. Lanese volvió a Rosario y en un año escribió Nigro Veneziano, un libro de 12 poemas y 7 collages que todavía (esperamos que por poco tiempo) sigue inédito, y del que ahora les mostramos tan sólo uno de sus gestos. Vale decir que los poemas de este libro, a su vez, fueron versionados al italiano por Antonio Pinto, otro amigo de este grupo, cuya historia contaremos en otra ocasión.
VIII
De qué esperanza desahuciada
nos previene
este milagro de piedra y agua
este piso ondulante
este letargo
de alerces y abedules sumergidos.
Sedimentos, escarceos
denuedo del canto de las ménades
alejan cada golpe de los remos
del apremiante aullido de los lobos.
De qué amenaza nos alertan
las campanas
vigías insondables.
Aquí cormoranes de reflejos metálicos
buitres acodados en tres bancos *
posados sobre estos fundamentos
alimentaron a sus crías
que siguen aún
diseminadas
por el mundo.
*Referido a los bancos rojo, negro y verde del gueto de Venecia.
VIII
Di quale speranza sfrattata
ci avvisa
questo miracolo di pietra e acqua
questo pavimento ondulante
questo letargo
di larici e betulle sommersi.
Sedimenti, increspature
l’audacia del canto delle menadi
allontanano ogni colpo dei remi
dall’assillante ululato dei lupi.
Di quale minaccia ci avvisano
le campane
vedette insondabili.
Qui cormorani dai riflessi metallici
avvoltoi sgomitanti su tre banchi *
alloggiati sopra queste fondamenta
che ancora vagano
disperse
per il mondo.
* In riferimento ai banchi rosso, nero e verde del ghetto di Venezia.
(Versión en italiano de Antonio Pinto)
Dos borradores de Bruno Feliciani
Cuando suena el teléfono de la redacción y el que llama es Feliciani uno sabe que acaba de publicar un texto con algún error. Generalmente no son del tipo sintáctico, sino del tipo existencial, es decir errores que no son errores sino, más bien, imágenes imposibles o sólo posibles en momentos de zoncera, como «El cadáver esperaba, silencioso, la autopsia» o «Con un ojo leía, con el otro escribía». Llama, decíamos, y se ríe, incluso cuando se lo nota visiblemente enojado. Es particular la rigurosidad feliz de Feliciani: como un pintor con sus bocetos, el anda ahora con sus borradores, generalmente escritos en el reverso de reproducciones, como en el caso de los dos textos que siguen, no sobre Van Gogh o De Chirico, sino detrás de ellos, al fondo, en el rincón en el que los grandes maestros sentaron, por un momento y sólo para bocetarla, eso que Rimbaud llamaba la Belleza.
I
Últimamente no puedo dejar de pensar en lo adversaria que es la estructura, o el pensamiento de estructuras, con sus frentes y sus arcos tan definidos, tan sólidos, tan imponentes frente a la simple vida de la experiencia, de lo inmediato. Una especie de veneno del todo que pudre la parte. Un error de brutos ilustrados: perder lo próximo por lo ajeno (que en teoría, y en lo legítimo de su alcance, nos contiene, nos condiciona, sí: no nos agota, sin embargo). Cambiar la acción por la ansiedad porque el índice no está en ningún lado, dañando a lo bestia. Como el indeciso bárbaro de Borges, que por el orden aparente de una ciudad cruza su espada en traición contra los suyos (dejemos de lado el colonialismo obvio); ¿qué habría sentido el día después; qué le habría pasado?: criminal inmundo, el escritor más que el personaje, proponiendo creer que una idea vaga, un banal deslumbramiento bien vale la muerte de nos/otros. Por lo demás, no tengo alma oscurantista: sólo desearía que la palabra “corazón” se dejara de leer como metáfora. Es el ejemplo más triste de lo que trato de decir.
II
Yo conocí a un hombre cuyo corazón era un arpa. Cada sentimiento era una línea recta, una paralela, que no se cruzaba con las otras. A veces lo veía llegar con cara de tristeza: una mano inexperta, mano ingenua, lo había confundido con un arco o tal vez con un telar o, el colmo, con un tender. Llegaba con flechas colgadas, con pantalones de playa, con pañuelos, con bombachas. No podían ver todas las cuerdas. La música les era ajena, un universo aparte. Incluso para él, “Nadie es buen intérprete de su instrumento”, repetía angustiado: “Yo sé que hay música escondida acá -llevando la mano al pecho- pero no sé descubrirla. Se me enredan los dedos contra las cuerdas. Nadie es buen interprete de su instrumento…”. A veces, decía, había llegado a escuchar una escala, en el colmo de la felicidad, “algo parecido a una melodía”. Yo lo conocí y lo amé, aunque nunca tendí mis manos torpes a su pecho. Nuestra amistad, en sus mejores días, en el silencio, parecía insinuarse al oído: “Pará, pará… ¿escuchaste?”. “Es el viento. Son las palomas. Es la lluvia”. (En el márgen: relación plena – música – pérdida – silencio: “no, nunca más el silencio” – felicidad – ahora él decía: “escuchá, ¿escuchás?”, pero yo nunca oía nada).
Un apunte de Natalia Perez
Hace poco más de un año Río Belbo Ediciones publicó Apuntes de clases, el libro de la profesora y bailarina Natalia Perez que acaba de llegar a su quinta edición. Apuntes, como su nombre indica, se compone de anotaciones que la autora tomó entre clase y clase. Lo curioso, lo especial de este libro, es que para ella casi todo, en cierta forma, es una clase: un intercambio de emails con un amigo, una película que vio, una clase de chi kung o de contact o de tejido a la que asistió o una de expresión corporal que dictó. Por eso sus apuntes también son leídos como diarios, como notas autobiográficas sobre el mundo y sus oficios. La edición en papel, claro, es sólo de un extracto: el día que se publicó, Natalia Perez -damos fe- lo seguía escribiendo. Y lo sigue escribiendo ahora, por ejemplo en el apunte sin fecha que sigue:
«Apunte sin fecha»
Hay algo que se repite en muchas clases de técnicas corporales y se cuela insistente por el discurso de quienes coordinan las clases. Eso que se repite como un mantra es: pensar menos o, en los más radicales, desconectar la mente.
Aparece como una afirmación que quizá nosotros mismos recibimos cuando fuimos alumnos y que, si no nos detenemos a escuchar lo que decimos, se repite.
No sólo que eso es un movimiento imposible, que frustra a muchas personas que se acercan a buscar algo de alivio a sus padecimientos corporales, sino que, quizá, no sea una orientación deseable.
De a poco o bruscamente se genera un versus entre sentir y pensar.
Una mirada que me parece más habilitadora es aquella que contempla que el lenguaje, el pensamiento y la percepción se influyen entre sí en una relación más porosa.
¿Cómo ir acompañando esas experiencias corporales con el registro, el relato de lo que vamos experimentando, en una especie de entramado, entre el hacer, el pensar, el imaginar?
Quizá sí haya una palabra a la que es auspicioso bajarle el volumen, y es esa palabra más cruel que juzga y exige rápidos resultados a algo que es procesual y a fuego lento.
Se tratará a lo mejor de hacer entrar a una palabra poética, con imágenes propias que vaya abriendo, junto con la experiencia, otras posibilidades.
Todos tenemos un relato sobre nuestro cuerpo, sus posibilidades, limitaciones, los dolores y placeres; es ese relato el que crea una realidad para el que empieza a moverse.
Empezar a escucharlo y ver cómo entra en diálogo con las experiencias que se van transitando es algo muy hermoso de atestiguar.
Algo que puede orientar, también, es la posibilidad de sostener un foco. En este mundo hiperestimulado, donde cada vez se entrena más deslizar los dedos en una pantalla y absorber toneladas de imágenes e información fragmentada, estar con un sólo foco un rato, llevar la atención a cómo respiramos o a observar cómo nuestra atención va cambiando, ya deviene una especie de meditación.
Me gustan aquellos autores que piensan el cuerpo como territorio de cosas mezcladas, contradictorias, en tensión.
Cuando en una clase corporal alguien manifiesta que no puede parar de pensar quizá la pregunta acerca de qué otras cosas nota abre un camino.
Salir de ese pensamiento tan polarizado, de sentir o pensar, quizá nos permita respirar e imaginarnos de otras formas.